viernes, octubre 14, 2011

Sospechosos habituales

Como de todo hay en la viña del Señor, aquellos padres divorciados para los que sus hijos son apenas un efecto, secundario e indeseado, de un polvo más en el camino, viven el divorcio como una liberación. Sus obligaciones paternas como papel mojado. Los vínculos, en absoluto emocionales, como un lastre que están deseosos de soltar. Y, de hecho, lo hacen, pues son muchos los que aplican, respecto a las famosas pensiones alimenticias, la política de pasando que es gerundio, y con relación a mantener contacto afectivo con sus hijos, la injustificable desvergüenza del "si te he visto, no me acuerdo".

Son esos padres que, por numerosos, más cuanto más atrás vayamos en ese tiempo de 25 años que lleva vigente la ley del divorcio, han llegado a formar un estereotipo en el imaginario colectivo, falazmente aplicado a todos los demás. En parte por la indeseable experiencia de ciertas madres, convenientemente difundida por los medios de comunicación _siempre atentos a confundir únicamente lo malo como noticiable_, en parte por intereses creados de otras tantas mujeres, que alimentan su leyenda de madres-coraje a costa de demonizar por defecto a los ex, ese estereotipo de padre cabrón, pasota y con pintas _ése es el prisma universalmente aceptado como válido_ desde el cual se nos mira a todos los demás.

Por mucho que existan los padres de "¿pero tú no tomabas la píldora?" y de "¿seguro que el hijo es mío?" _padres de los de afeitarse para arriba, en definitiva_, ser papá divorciado no es ningún chollo, os lo digo yo. Y no lo es por culpa de ese maldito estereotipo que nos convierte, a los padres divorciados en su conjunto, en Sospechosos habituales.

Os pongo unos ejemplos sencillos para ilustrar la aparente chorrada que digo... Como se nos supone lo peor de lo peor _Imaginaos... ¡Hombres, esos que son todos iguales!... ¡Esos que comen el pollo con los dedos y piensan con la polla, ¡¡puf!!!..._, cuando dices que no puedes es que no quieres; si nos das es no porque no tengas, sino porque, siendo cerdo y avaricioso, te lo guardas; si vas, "¿por qué no vienes?"; si vienes, "¿por qué no vas?"; si subes, "ya estás bajando ahora mismo"; si bajas, "sube de una puta vez"; si dices, es porque algo callas; si callas es que "tú nunca hablas"; si vas de frente, algo ocultas; si guardas la ropa para no hacer sangre, eres el típico cobarde que no se atreve a nadar... Y así hasta el infinito... y mucho más allá.

Nuestra mala fama es nuestra cruz. Es más fácil linchar moralmente a millones de padres divorciados que acabar con una sola idea, la de que somos la escoria de la tierra.

Y todo porque olvidamos, demasiado a menudo, las lecciones de la historia. Olvidamos a los excluidos por la tiranía de las mayorías. A los negros y a los gitanos. A los gays, lesbianas y transexuales. A los pobres de solemnidad y a los mendigos. A todos los que, en algún momento, son segregados y perseguidos por cualquier causa, por el simple hecho de ser diferentes.

Olvidamos que, por mucho que cien mil burros estén de acuerdo en algo, no deja de ser una mayúscula burrada.

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